Conversando con Nelson Garrido, ese artífice, chaman, pensador y fotógrafo que ronda las calles de nuestra querida y mutilada Caracas sangrante con su obturador presto al combate, vienen al encuentro de la charla un sinfín de divertimentos que conforman el tejido de ese cuerpo vivencial labrado y resquebrajado que somos.

Divertimento sobre un atardecer escatológico

18 • enero • 2019

Sólo he conocido la libertad por instantes,
cuando me volvía de repente cuerpo
Rafael Cadenas

El arte es un sacramento fundado en lo carnal
Thomas Mann

Morela Cañas

¿Cómo se piensa el cuerpo parcial, el cuerpo sin fluidos, el cuerpo sin viscosidad interna, sin órganos, sin excrementos? ¿Cómo se yergue una planta sin la sabia? ¿Cómo se concibe un ser vivo desde la mera exterioridad? Hoy en día el impacto visual de los medios y la publicidad es tal que hemos perdido la noción del cuerpo esencial. Comerciales, vallas, propagandas: cada una de las imágenes que nos presenta la pantalla se circunscribe a su soporte; no es más que eso, una “pantalla”, una pantomima superflua que escenifica la sola realidad inmediata, lo real corpóreo de las superficies, lo puramente tangible. Pero, ¿acaso es pura piel el cuerpo? ¿No es en cambio la piel del cuerpo una carcasa que resguarda todo aquello que da vida? ¿No almacena el cuerpo dentro de sí una red de tejidos, sangre, músculos, huesos y órganos que hacen posible el movimiento de todo aquel andamiaje? ¿No es la sabia en sí misma la materia que alimenta y hace nacer a la planta?

Nelson Garrido, como nosotros, y como tantos otros artistas, fotógrafos, pensadores o estudiosos de la imagen, se hace estas interrogantes cada día. Si es cierto que su obra torna palpable esta búsqueda, sus ideas desentrañan una búsqueda aún mayor de sentido, que el autor confiesa en una entrevista publicada en el blog de La Cueva, en marzo del año pasado, en la cual algunos aspectos de orden escatológico quedan por resolver aquí, en esta otra entrega.

A propósito de ello, resulta curiosa la doble vertiente etimológica que goza la palabra escatología. Por un lado, el germen griego le confiere al vocablo altura divina, al estar asociado a las creencias que versan sobre el fin de los tiempos o de la humanidad; mientras que, por otro lado, su acepción más corriente se dirige a pensar en excremento. Una gran diferencia de términos puede inferirse de esa digresión, pero la obra y las convicciones de Nelson Garrido nos hacen comprender que esta reunión de ideas es posible en algunas creaciones.

Conversando con Nelson, ese artífice, chaman, pensador y fotógrafo que ronda las calles de nuestra querida y mutilada Caracas sangrante con su obturador presto al combate, vienen al encuentro de la charla un sinfín de divertimentos que conforman el tejido de ese cuerpo vivencial labrado y resquebrajado que somos. Ese cuerpo completo, sin vejaciones de tipo moral ni ético, que se compone también de todo lo que expele y exuda; ese cuerpo que nace, sangra, florece, sangra, envejece, sangra y muere; ese cuerpo que es un uno entero, como unidad indivisible y amalgama total. Un cuerpo que le da cuerpo al arte y al pensamiento cuando puede mirarse a sí mismo como Cuerpo con C mayúscula. Completo, compuesto, complejo y capaz.

Así, tecleando las notas de un extremo al otro, pasamos de un pianissimo “Homenaje a la Escuela de Fontainebleau” a un forte “Me cago” (fotografía incluida en la tercera publicación de La Cueva, Serie Maestros de la Fotografía, 2016). Y entre risas y comentarios de “mojones”, surge una luz en torno al tema del cuerpo. En sus palabras: “Hurgar también en el excremento es como investigar lo que te han negado”. Investigar aquello que subyace a la publicidad y al marketing, aquello que grita a pesar de toda la basura panfletaria que nos ha inoculado el sistema. Aquello que aflora cada día en procesos por demás naturales (e intestinales), en cada individuo y por cuenta propia. En este punto hacemos pausa, digerimos y retomamos, porque Nelson se refiere a algo muy simple. He aquí la cuestión:

Cagar es una de las vainas más hermosas de la vida, por eso yo le he hecho odas a los mojones. Es como siempre digo: cada mojón es como un atardecer o un amanecer, cada mojón que tú haces es diferente. Observa tus propios excrementos, tienen una gama de colores. A mis hijos, cuando cada uno cagaba, les aplaudía. Cuando la gente ve que otros cagan, dicen: “¡Coño, se cagó, que vaina!” Por eso hay tanto estítico en la sociedad. Yo, en cambio, les decía: “¡Coño mi amor, hiciste pupú verde / hiciste pupú blanco!” Era una alegoría a los excrementos de mis hijos, entonces ellos tienen una relación diferente con sus propios excrementos. Una sociedad que rechaza sus excrementos y sus obras, no puede ser una sociedad sana, es una sociedad enferma, sin vaina.

¿Cómo es posible que una cosa tan natural y tan normal como cagar se vuelva un tabú en la sociedad contemporánea? ¿El arte acaso es sólo una fuente servil de donde emanan las madonas y el confeti? ¿O es más bien el arte una trinchera donde cada creador se sitúa para hacerle frente a su época y a sus circunstancias? ¿Qué tiene que mostrarnos el arte? ¿Tiene que develarnos necesariamente algo el arte? ¿Qué es la fotografía en el mundo del siglo XXI? ¿Acaso una foto es solo el reportaje triste y mediocre de la ropa que usamos ese día o la cena que hicimos para Navidad? ¿Por qué el abuso de la piel y del cuerpo material se empoderan sobre la raíz esencialmente viscosa y orgánica del sustrato corpóreo? Cuando tantas preguntas nos invaden de forma tan abrupta, aleatoria e inesperada, solo cabe recordar que “los hombres no saben por qué les satisfacen las obras de arte. No son verdaderamente entendidos, y creen descubrir innumerables excelencias en una obra, para justificar su admiración por ella, cuando el fundamento íntimo de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpatía”[1].

Pero la simpatía de la que versamos no es únicamente un producto del fuero interno. Lo que nombramos aquí como simpatía participa del proceso que el artista configura y trama en su composición, pues “el ojo artístico no es un ojo pasivo que recibe y registra la impresión de las cosas; es constructivo, y únicamente mediante actos constructivos podemos descubrir la belleza de las cosas naturales”[2]. La belleza de los mojones que producimos, como el arte, con esfuerzo, paciencia, alimento y sudor.

Una increíble muestra de este fenómeno viene a ser representada por el clásico ejemplo de la psicología en el que un niño, sujeto de un experimento del psicoanálisis, pinta con excremento y al ser descubierto es reprendido violentamente. ¿Cuál es la consecuencia? Que el niño queda estítico para toda la vida, se le dificulta la creación natural. Sus intestinos, como su capacidad innata para crear a partir de la materia que engulle, se ven menguados o quebrantados por una prohibición que solo existe en el juicio moral de los otros. De ahí que sean los castigadores, quienes instalan la norma social que cercena la productividad y la imaginación, y de ahí que, como expresó a cabalidad Nelson, haya tantos estíticos e incapacitados para pensar en la sociedad actual.

Otro ejemplo de ello lo demuestra espléndidamente el caso de un artista venezolano aún más controversial, de mucha fama y reconocimiento en el mundo. Se trata nada más y nada menos que de Armando Reverón, un creador muy mal empleado en los “discursos políticos” actuales de nuestro país, que se ha tomado como estandarte de la Revolución y del Pueblo, entendiendo populus en su acepción original, como un conjunto de jóvenes que pueden llevar armas, pero no son aptos para gobernar (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia). Pues bien, la carencia de Reverón en su pobreza de materiales plásticos, pero no de espíritu, lo lleva en un momento dado de su vida a pintar con su propio excremento, según algunas afirmaciones de los historiadores que pueden ser tomadas como verdaderas o como datos de dudosa procedencia.

Lo cierto es que hay un margen grande de posibilidades en torno al personaje que nos incita a pensar que el artista, en ciertas ocasiones, echó mano de su propia materia fecal para crear en las superficies la expresión más pura de sí mismo. Lo realmente paradójico de todo esto, es que hoy en día grandes instituciones como el MOMA expongan su obra dentro de la colección, y realicen muestras retrospectivas del artista con piezas llenas de excremento para la expectación de su estítico y distinguido público, que no entiende “ni media mierda” el contexto de dónde provienen esas manchas blancas y marrones impregnadas de sal, redes y palmeras. Esas manchas que fueron el producto de un talento natural innato, que a pesar de los prejuicios ante su imagen fue reaccionaria y siempre proclive al germen de la creación, donde su artífice decantó el más orgánico de los pigmentos en el puro aliento de su vida.

Tal como el niño del experimento y como Armando Reverón, Nelson Garrido no es un artista que busque la fama o la trascendencia, su arte no tiene esas ínfulas de grandeza. En sus palabras, su obra nace por la necesidad de revisar su propia mierda. Si al público le gustan sus mojones, o “se los creen”, simplemente se sienten identificados con la mierda del otro, tal como atestigua el fotógrafo:

Mis fotos las censuran de una manera tan superficial que me enfada, porque es una negación del cuerpo. Estamos hablando de una sociedad que viene con esa hipocresía desde hace muchísimo tiempo. Yo siempre digo que nunca pensé que mi trabajo iba a trascender hacia lo público. Por ejemplo, una obra que tengo años trabajando, que es una caligrafía tipo china o japonesa parecida a la caligrafía automática de los surrealistas, la hago con sangre de menstruación, eso dibuja las letras como grafía, y creo que ahí hay un mundo extraordinario. Es lo que hablábamos de los fluidos. Las zonas más sensibles a la hora de tú tener relaciones sexuales son los espacios que están más cerca de lo orgánico: es la boca, la vagina o el ano, y esas son las zonas más eróticas porque son las que se parecen a los órganos. Tú cuando haces el amor con alguien haces el amor con el hígado, con el estómago, con todos tus órganos, pero rechazamos los órganos, nos parecen algo espantoso. Eso te da otra concepción del cuerpo, porque es una sociedad que vela el cuerpo solamente por la piel, y no, tú amas con todo, con el hígado, con la sangre, los fluidos. Es lo orgánico como algo hermoso, no esa eterna contradicción de ver lo orgánico como algo feo, lo orgánico es bellísimo. Igual los excrementos, ¡qué maravilla! Tu aproximación con el cuerpo es una aproximación personal e individual, yo no creo en las etiquetas: tú eres gay, no eres gay, heterosexual. ¡No! Tú eres una sexualidad abierta que tiene la posibilidad de hacer cosas particulares, eres una particularidad. Igual que en el arte, no me la calo, ¡no me calo las etiquetas!

De este modo, y a tono con la idea de purificación a través de la katharsis que empleamos en la ya referida entrevista, “la frase adquirir estado de pureza no debe entenderse en sentido moral, pureza como virtud o como valor, pues precisamente el arte ha de tender a purgar y aligerar los afectos morales”, que el juicio de los castradores y estíticos impone. “De ahí ese sutil matiz de amoralismo […] que lleva en sí toda obra de arte, sobre todo cuando trata de temas de suyo tremebundos y dolientes”[3], o cuando devela la belleza de los mojones en un atardecer escatológico.

(para ser leído en el baño, o como dicen popularmente: pa’ leer cagando)

 Junio-octubre 2018.

 

[1] Mann, Thomas. La muerte en Venecia. Bogotá: Seix Barral, 1985. Traducción de Martín Rivas. p.20.
[2] Cassirer, Ernst. “El arte”. En Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura. México: Fondo de Cultura Económica, 1975. Traducción de Eugenio Ímaz. p.225.
[3] Aristóteles. Poética. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1982. (4º ed.) Traducción de Juan David García Bacca. p.39.

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