De la luz a la tinta podrá visitarse hasta el 6 de julio. Se trata de una pequeña historia visual de la editorial venezolana. Fundada en el año 2013, sus títulos y proyectos van progresivamente sumando considerables aportes a la difusión de la actual fotografía venezolana.
Alejandro Sebastiani Verlezza
Desde el pasado primero de junio –en el Centro Documental de la Sala Mendoza– La Cueva muestra una serie de apuntes visuales que conforman su primera memoria. El gesto inaugural lo marca una fotografía perteneciente a los archivos de la editorial. Fechada en enero del 2013, retrata a Ricardo Armas, Nelson Garrido, Diana Vilera, Luis Brito (†) y Antolín Sánchez. Convocados por Vilera, estos fotógrafos han participado con sus criterios y experiencias en el trayecto de la editorial.
Lo cierto es que desde entonces han transcurrido ya más de seis años y los resultados están a la vista: una colección dedicada a los Premios Nacionales de Fotografía en Venezuela con cuatro fotobolsillos ya en circulación –Cortés, Sánchez, Garrido, Armas– y dos más en pleno proceso de producción –Brito, Alexis Pérez-Luna– entre otros proyectos y eventos que se reparten entre Caracas y Madrid, además de ediciones especiales como La verdadera historia de Paolo Gasparini, El baúl-mundo de Paolo Gasparini (I) y Fotografía impresa en Venezuela, de Sagrario Berti, por no hablar de la revista Sur, estos últimos cuatro proyectos en colaboración con Ricardo Báez.
Un equipo multidisciplinario, con ramificaciones, bien puede decirse, hace posible la narración implícita en De la luz a la tinta, muestra curada por Sánchez que da cuenta de un primer esfuerzo por organizar, repasar y contextualizar los procesos de trabajo de La Cueva desde su primera publicación dedicada a la obra del recientemente fallecido Joaquín Cortés. De ahí la expresión: apuntes visuales en un espacio que de modo habitual funciona como biblioteca y sala de lectura, ahora debidamente acondicionado para desarrollar ejercicios museográficos de esta índole.
Cerca de los ficheros y los archivos rotantes, en una mesa de lectura pueden consultarse los fotobolsillos hasta ahora editados por La Cueva, acompañados de Maestros de la fotografía en Venezuela, el tomo editado por Vilera que propició la creación del proyecto editorial. En dos vitrinas pueden verse maquetas y pruebas de diseño elaboradas por Arnal y Belisario. Ambas dan cuenta de su participación, sobre todo en un aspecto particular, el relacionado con la secuencia de imágenes que integra cada fotobolsillo, dado que el carácter de estas publicaciones siempre suele ser antológico y por tal razón se plantea un repaso preciso y condensado, fiel a las búsquedas del fotógrafo. El criterio gráfico, desde esta perspectiva, resulta decisivo, pues reúne las imágenes en un cuerpo narrativo orgánico.
Y son “notas visuales” las que aquí van y vienen –fragmentos de un proceso más extenso y en desarrollo– pero también auditivas: desde un televisor instalado en la misma sala de lectura-exhibición resuenan los testimonios de los colaboradores más habituales de La Cueva. Dos de ellos: Nany Goncalves y Carlos Ayesta. En una de las idas y venidas de la sala, logro escuchar la voz de Garrido. Está contento por haber concretado su primera publicación “sin censura” –sostiene– y en un año aparatoso y violento, 2016, lo cual me hace recordar una reflexión de Gerardo Zavarce. En el prólogo de la antología dedicada al autor de Caracas sangrante anota: “las imágenes de Garrido nos identifican en el sacrificio, en la sangre derramada, en la violencia propia de la vida, en la pasión y el padecer”.
El recorrido, entre lo que se oye, lo que se lee y lo que se asoma en las vitrinas –por ejemplo: las dos propuestas de portada para el fotobolsillo de Brito, una de ellas con la imagen de unas monjas angustiadas que evocan al Bergman de Persona y El séptimo sello– dialoga con seis fotografías en hilera que forman una suerte de álbum familiar: Joaquín Cortés, Nueva York, 1971; Antolín Sánchez, Arcano XXI, El Mundo. Serie tarot Caracas, 1980-1988; Nelson Garrido, El cochino Levitando, 1985; Ricardo Armas, n° 1. Serie El Señor Misterioso, 2003; Luis Brito, Serie Invertebrados éramos…, 1980 (justo la que acabo de comentar); y Alexis Pérez-Luna. Miami, 2013.
Para abrir nuevos espacios de encuentro en el marco de esta muestra, el pasado jueves 13 –en la misma Sala Mendoza– Garrido y Sánchez hablaron sobre De la luz a la tinta; mañana jueves, a las diez, en el mismo lugar, harán lo propio Ayesta, Arnal, Belisario y Sánchez; ya el próximo sábado 29, para cerrar el ciclo, Pérez-Luna y Sánchez continuarán dando pormenores sobre este curioso experimento que traza una línea de cruce entre la fotografía, los procesos editoriales y la museografía.