Keila Vall de la Ville sobre la obra fotográfica de Antolín Sánchez: “construye progresiones inquietantes, que muestra la conexión entre parte y todo, entre actualidad y arquetipo, entre realidad y ensueño. La obra de Sánchez es altamente estética, crítica y alucinada”.

Rutas y cartas de Antolín Sánchez (II)

1 • diciembre • 2020

Alejandro Sebastiani Verlezza

Años atrás, tal vez cuatro, o más, apareció en Caracas –a la altura de Las Mercedes– una valla de gran tamaño: no vendía nada, al menos no directamente; por esos días nadie vio, como es costumbre, la imagen de un cuerpo provocativo que invita a tomarse una cerveza bien fría, o bien planear un escape vacacional en algún paraje recóndito, con un trago en las rocas, claro está. Esta galería de tentaciones –o ficciones, para muchos– fue sustituida por dos imágenes de Tarot Caracas, la serie fotográfica que Antolín Sánchez preparó entre 1980 y 1988. Una era “El juicio final”, la otra “Rey de bastos”.

Cualquier conductor que en ese momento estuviera esperando el semáforo para salir de Las Mercedes y tomar el cruce hacia la autopista, pasando antes por la bomba de gasolina y el Centro Comercial Paseo, podía encontrarse frente a estas dos “cartas”. ¿Tenían “algo” premonitorio y a la vez conectado con el presente? Estaban allí, anunciándose. Visto bien ahora, su presencia recordaba –aún lo hace– malestares muy grandes, enormes, tal vez olvidados en la espera de la luz verde del semáforo; pero la aparición de estas dos reproducciones, allí, se ofrecía también como un recordatorio: algo viene, algo anda mal y no puede evadirse, ya no.

Muy cerca, tal vez el mismo año que este “anuncio” hacía su trabajo en los lugares más recónditos de la imaginación colectiva, allí donde la historia también habla, en el contexto de los 450 años de la ciudad, la serie Tarot Caracas reaparece como una muestra individual del autor en el Museo Vial de Baruta. Tampoco es una casualidad. Es que estas cartas de Sánchez, revisitadas desde la fotografía, propician muchas conexiones entre los símbolos y lo real, la historia cruda y dura. Ahí está parte de su fuerza interpeladora: estas “cartas” llegan al espectador –o a los transeúntes– ya leídas, interpretadas por el fotógrafo, pero al mismo tiempo están abiertas: quienes las miren conseguirán más de una rendija para entrever muchas zonas de tensión relacionadas con el largo drama venezolano. A pesar de haber sido creadas en la década de los ochenta, las fotografías de esta particular serie aterrizan en la trama del país, la del 2016 y, por supuesto, la actual: insinúan los estragos del poder en el espacio público y sus consciencias; “anuncian” los traumas, las heridas que ocasionan tantos agentes del caos en el cuerpo desbaratado de la historia venezolana, la pasada y la presente, decía, pero también la que aguarda a la vuelta de la esquina y mucho tiene que ver –sí, todavía– con el poema “Adiós al siglo XX” de Eugenio Montejo: “Cruzo la calle Mao, la calle Stalin; /miro el instante donde muere un milenio y otro despunta su terrestre dominio”.

Cada carta de Sánchez, vuelvo, está entreverada, embarrada de realidad; y por eso, como lo asomé más arriba, ha pasado por diversos procedimientos: bajo la coartada del tarot, esta serie fotográfica da cuenta de cómo puede convertirse el ruido –verbal, visual, político– en sentido. He llegado a preguntarme muchas veces, al repasar las reproducciones disponibles en la red de esta “valla publicitaria”, si estoy ante una fotografía, un montaje, el proyecto de una pintura que de un momento a otro tendrá que comenzar a moverse, o el curso de una escena teatral. Después de todo, hay mucha consciencia de la representación –y de la puesta en escena– en el trabajo de Sánchez. Y como también es usual en su obra, él parte de la fotografía; comunica con sus recursos, pero al mismo tiempo busca poner en tensión sus posibilidades, o al menos las pone en evidencia (basta volver a la Serie En B, también de los ochenta). Tal recurso desemboca en un curioso juego que oscila entre la creación de ilusiones y la documentación de realidades muy concretas, complejas.

¿Qué pasa en una fotografía como “Caballero de espadas”? La conexión con la violencia urbana, no sin desparpajo, explícita en el gesto del hombre amenazante, parece por momentos insinuar su salida de la página para concretar la estocada. Empuña una espada y pareciera el cuerpo venir con impulso. Esta imagen, se me ocurre, está dotada de rasgos anticipatorios: anuncia que el “caballero” y su gesto terrible cabalgará con su máquina ruidosa y veloz, se diseminará con toda su potencia furibunda por las arterias de la ciudad, no sin antes pasar por cada pequeño poblado, hasta asentarse en el sillón presidencial. Es un cuerpo lleno de ira, un ángel exterminador, desafiante, apoderado del discurso público, las cadenas, los titulares de la prensa, las páginas de los más incautos que se rinden ante el poder y sus trucos; el “caballero”, así, es capaz de entrar, con su estruendo, incluso, en las casas, los cuartos, los baños y las neveras vacías, hasta que concreta su multiplicación, aún después de “muerto”, en esas ya borrosas y opacas pintas de ojos vigilantes, cada vez más escasos, hay que decirlo, tapiadas muchas veces por grafitis y rayones furibundos que hacen de diaria protesta visual. Las imágenes que se producen en la ciudad, muchas veces, están secretamente comunicadas. Y la serie Tarot Caracas forma parte de ese imparable concierto visual.

Aquí, a propósito de las resonancias del caballero armado, vale recordar otra fotografía de Sánchez, pero de otra serie, “El proceso. La trampa”. Se trata de Simón Bolívar, tras un portón rojo. Encerrado, mira desde la rejilla –parece– con un gesto nada heroico la escena del país roto; tal vez está perplejo con la presencia de este hombre beligerante, tan envalentonado en su Keeway negra. El héroe independista, por momentos, entra en un terreno más cercano a la atmósfera de “Miranda en La Carraca” –el de Michelena y el versionado por Garrido– y se encuadra dentro de las incontables disputas en el terreno de las representaciones que han ocurrido en los últimos años. Basta recordar que en enero del 2016 el entonces presidente de la Asamblea Nacional –Henry Ramos Allup– mandó a retirar la imagen de Bolívar en 3D reconstituida por el oficialismo (impresa en los billetes de la segunda reconversión monetaria), lo cual fue un inevitable aderezo más –y bien fuerte– al clima político de alta pugnacidad del país.

El político, entonces, ordenó reponer el retrato de Bolívar que hizo José Gil de Castro. El asunto, lleno de vericuetos, apenas reseñados aquí, dan al menos para una tesis. El caso es que el rostro del prócer retratado tiene un aire de familia con el que Sánchez reproduce en “El proceso. La trampa”. Se trata de la estela iconográfica más habitual, la reproducida en las ediciones de los billetes en décadas anteriores, pero también la que mayormente suele estar en las pequeñas oficinas, las estampitas devotas, los desvanes de los talleres mecánicos, junto con alguna muchacha linda en traje de baño (también infaltable). Este curioso episodio, entre la política más menuda y las artes, forma parte del clima que inaugura el guerrero de la Keeway retratado por Sánchez.

A manera de curiosa posdata, el 22 de octubre del 2014, El Universal publica una larga nota sobre Gil de Castro, a propósito de un proyecto expositivo realizado entre Perú, Chile y Argentina: José Gil de Castro, pintor de libertadores. Sostiene más de un especialista que el retrato del artista limeño se cuenta entre los que más se acercan a la estampa real de Bolívar y también el que más se aleja de la versión 3D. Pero tampoco hay que ser un gran entendido para apreciar que la versión oficialista tiene un rictus extraño, muy extraño, desprovisto de toda calidez y muy presente en el ámbito oficial. Pero estas son las disputas del aura. En poco más de un mes puede que vuelvan a manifestarse y con escenas parecidas de cuadros –y cartas: bastos y espadas, muchas espadas– que van y vienen.

Mientras tanto habría que reparar en la migración de las imágenes, la debilitación y la transformación de las copias, su circulación en el imaginario de las ciudades, las inquietudes que suscitan cuando las regiones más profundas del país son inquietadas por el caballero de la rugiente Keeway.

Diciembre, 2020.

 

 

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