Antolín Sánchez sobre la serie Tarot Caracas: “Durante 1979 aún estudiaba matemáticas y deseaba iniciar una serie sobre Caracas. La pregunta: ¿cuántas imágenes requieres para describir esta ciudad atormentada? ¿50? ¿500? Ni sabía cómo iniciar el trabajo: ¿por zonas de la ciudad, guiándome por el azar? En esos días leí sobre el Tarot y me pareció interesante hacer una lectura de la ciudad sobre la base de sus 78 arcanos, lo cual inicié en 1980. Este proceso me llevó ocho años de continuos ajustes y revisiones. Un factor exigente en el aspecto formal fue trabajar con un formato muy vertical, casi dos a uno. En cuanto al contenido, debía conciliar tres factores: el significado de arcano, la realidad de Caracas y la visión que yo tenía de ella”.
Alejandro Sebastiani Verlezza
El rastro del “juicio” anunciado por la relectura del tarot que hizo Antolín Sánchez pareciera continuar con su presencia y el caballero armado pareciera ser su más firme agente. Pero también en esta serie fotográfica dedicada a Caracas es posible encontrar otras escenas que hacen de contrapunto a la cada vez más compleja situación del país: el río Guaire, por ejemplo, aparece en “As de copas”. Ahí está, entonces, la imagen más elocuente de la contaminación y el abandono: una presencia natural, constante, silenciosa cuando no se desborda, se convierte en un personaje más de la ciudad (muy bien reflejado en País portátil, de Adriano González León), acaso un testigo melancólico que aún espera recibir las purificaciones anunciadas hace ya largos años con bombos y platillos.
La carta mencionada, “As de copas”, vista en perspectiva, inquieta: en blanco y negro, aparece una perspectiva de la ciudad con el cielo oscuro; y en el fondo, los viejos hits publicitarios de un pasado del que solo quedan rastros (Nivea, Phillips); se asoma además un fragmento de montaña, otro testigo remoto de la historia reciente de la ciudad, mientras flota –en todo el centro de la baraja– una copa de cristal enorme sobre las aguas. Esta evocación insinúa un salto grotesco y hasta surreal que me hace recordar muchos relatos de Gabriel Jiménez Emán. Basta volver a las líneas iniciales del prólogo que el propio narrador caraqueño le hizo a La gran jaqueca. Reflexiona el autor sobre sus ficciones breves así: “Me dejé llevar por el impulso de los personajes, por sus imágenes rotundas y su movimiento en escena. A veces llegué a pensar en ellos como personajes de teatro, representando roles sobre la naturaleza del mal, o buscando su lugar en escenarios metafísicos o abstractos”.
Lo anterior vale para la serie Tarot Caracas y las sugestivas atmósferas de otra serie (La caída de Babilonia). Los paisajes pueden anunciar “procesos” y juicios: el dedo enorme que se mueve por el cielo parece soltar su apesadumbrado designio sobre las torres de Parque Central, el rostro ocultado por un haz de luz que parece vagar por los bordes de la ciudad, el ojo del payaso que parece mirar con temor la cresta de otro edificio. Estas escenas, nocturnas, teatrales, desoladas, están cargadas de una fuerte ambigüedad irónica. De ahí, tal vez, cierta impronta surrealista –pero a la vez muy conectada con la ciudad y sus problemas– se asoma en las tres fotografías de esta serie que aparecen, juntas, en la edición que La Cueva le dedica al autor venezolano.
Sánchez, por otra parte, no está solo en exploraciones como las que hizo en el Museo de Transporte. Hay que considerar dentro de estas coordenadas una exposición anterior: Naipes y tarots, juegos de imágenes (Museo de Bellas Artes, Caracas, noviembre de 1994, febrero de 1995). Y en los meses recientes del año pasado, otro artista y fotógrafo venezolano, Antonio Briceño, dio a conocer también su elaboración personal del tema con Tarot del jardín en cuarentena.
Ya desde la primera ola surrealista, hay que recordarlo, el tarot se convierte en una vía expresiva. En el campo latinoamericano, muchos artistas que adoptaron esta impronta en sus obras se adentraron en el universo del tarot y dieron con recreaciones particulares: Leonora Carrington, Remedios Varo, Alejandro Jodorowsky –por dar unos pocos ejemplos– han visto cómo el artista puede apropiarse de los símbolos y revivirlos según sus circunstancias, el humor, la condición y la temperatura de las convulsiones locales. Y más aún, en el contexto de la poesía contemporánea venezolana, Santos López en Canto de luz negra recrea un tarot de seis piezas a partir de seis imágenes simbólicas que se sintonizan con la exploración lírica que llevó adelante en su más reciente libro.