Las diversas funciones y oficios que intervienen en la creación de un libro –autor, editor, diseñador, impresor, corrector, traductor, patrocinante– aparecen aquí vinculadas (y más aún: entreveradas).
Alejandro Sebastiani Verlezza
Fotografía impresa en Venezuelareúne un conjunto de características técnicas y gráficas que lo hacen muy particular y novedoso en el contexto editorial venezolano. Obviamente su forma remite al libro, pero en su ritmo interno, en la disposición de las páginas, la sucesión de las imágenes –y el entrecruzamiento de textos y paratextos– pareciera estar más cerca de una sensibilidad cercana al documental, como si en el fondo propusiera una suerte de paseo visual que remite a una historia. Es que si por un momento alguien hiciera el ejercicio de montar–el verbo no es azaroso– en un video y a cierta velocidad la secuencia de sus imágenes podría toparse, tal cual, con un documental sobre los impresos venezolanos. Una voz en offse ocuparía de adaptar dichos textos y paratextos al ritmo audiovisual –incluso: trasladarlos a la pantalla– en una suerte de ejercicio ni tan experimental que pondría a Fotografía impresa en Venezuelaen el ámbito del movimiento, sí, el que hace el lector decuando pasa las páginas, descubre y constata una narración cuyos puntos de partida permiten captar su sistema de relaciones y cruces de referencias, formaciones y experiencias, pues las diversas funciones y oficios que intervienen en la creación de un libro –autor, editor, diseñador, impresor, corrector, traductor, patrocinante– aparecen aquí vinculadas (y más aún: entreveradas). El asunto se vuelve todavía más complejo si se toma en cuenta esa suerte de repartición de la autoría que Berti hace con Ricardo Báez en los agradecimientos finales de su libro.
Quienes estén familiarizados con el trabajo de archivo y las artes visuales podrán recordar a Aby Warburg, a Walter Benjamin y, aún más lejos, a las mismas vigas de la torre donde Montaigne se encerró a inventar el ensayo, entre otros de los tantos modelos existentes para acercarse a este tipo de obras poliédricas, hechas a partir de constelaciones, injertos, para ver y para tocar, para cuestionar su lugar y dar con un tipo de visión a partir de los fragmentos que en su ligazón crean un sentido. Así el entrecruzamiento de la imagen y la palabra, las citas, las referencias, las glosas, los fragmentos rescatados, va mano a mano, compaginados en un libro de tactos.
En un momento le oí decir a Berti que a ella le interesa, con este tipo de exploraciones, dado su interés en la cultura visual, “trazar la trama de las cosas”. De eso va esta obra: una trama que el lector también debe captar en sí mismo, pues muchas veces sus sentidos no están “dados” de golpe, deben irse buscando en los entresijos, en los pasajes más intrincados, en sus interludios y pausas, viendo y creando las relaciones, los “puntos” de partida para comprender la historia de muchas ediciones venezolanas (un inciso: hay que decirlo, toda impresión obedece a unos fines, no es ingenua, basta recordar a dos de los primeros impresores venezolanos: Miranda y sus proclamas 1806, así como la Gazeta de Caracasque Gallagher y Lamb hicieron circular dos años más tarde, Grases e Iturrieta dixit).
Fotografía impresa en Venezuela, a su manera, pone mucho de lo anterior en un lugar relevante, para atenderlo en su complejidad, sobre todo cuando todos las funciones y los trabajos relacionados con el mundo editorial son reducidos a sus expresiones cada vez más precarias y se sostienen en franca resistencia ante una economía –y vuelve don Dinero– en ruinas.
Para mayores detalles, además de poner un pie en la calle y reparar en el evidente colapso de los servicios públicos, por no hablar del país entero, basta detenerse en ediciones como Diario en ruinas, de Ana Teresa Torres; La república baldía, de Luis Pérez-Oramas; y El cuerpo dócil de la cultura, de Manuel Silva-Ferrer, entre otros tantos autores y obras de diversa índole –poéticas, periodísticas, plásticas, audiovisuales, fotográficas, e incluso, las más cercanas al happeningy al performance– que muy bien retratan el endiablado “proceso” de las últimas dos décadas.
Ese es el contexto sociohistórico donde ocurre el llamativo ejercicio de coedición que llevaron adelante Ricardo Báez, Sagrario Berti y La Cueva Casa Editorial.