Gala Garrido sobre la creación de la ONG: “fue apareciendo orgánicamente: los primeros cuatro años que mi papá estuvo a cargo funcionábamos como una escuela de fotografía, luego se fue transformando en un espacio cultural”.
Alejandro Sebastiani Verlezza
La Organización Nelson Garrido –mucho mejor conocida como la ONG– es una suerte de pasadizo en la ciudad –tan secreto como recurrente– para los interesados en obtener conocimientos artísticos. Basta cruzar las primeras rejas de lo que fue una antigua casona caraqueña para comenzar a constatar el ingreso a una suerte de realidad oblicua: suelen ocurrir muchas situaciones al mismo tiempo, desde el brindis hasta el montaje de una exposición, todas impregnadas por el entusiasmo que sostiene una compleja trama de proyectos y voluntades conducidas por Gala Garrido. Bien podría decirse que la ONG es una escuela de fotografía, también un proyecto de “resistencia cultural” y “el espacio de los que no tienen espacio”, al decir de Nelson Garrido. Se trata de un lugar para la experimentación, con posibilidades para grabar audios, adentrarse en los misterios de la serigrafía, revelar películas fotográficas y hacer descubrimientos en una biblioteca de curiosidades y rarezas: desde el interior de este estimulante cosmos Gala cuenta cómo han ido cruzándose tantas vidas –cada vez más paralelas– en el relato de una historia familiar que también conduce a percibir un capítulo imprescindible de la fotografía venezolana: sus escuelas. Así lo relata Gala:
La ONG es un espacio integral. Su fundamento es la fotografía, fue el inicio, pero es un espacio que tiene que ver con la expresión, el arte y sobre todas las cosas la exploración de la libertad. Aquí conviven pintores, ilustradores, performancistas, gente de teatro, artes gráficas, sectores de diversidad sexual, indígenas, anarquistas. Es una comunidad bastante amplia que trabaja con distintos medios y hace su vida aquí. En la ONG se encuentran distintas minorías y no lo digo porque sean «menos», sino porque están en el margen, en los distintos márgenes que hay. No es un espacio para un solo tipo de pensamiento, ni una sola manera de hacer, o preocupación. Aquí se generan diálogos, encuentros muy bellos, asociaciones entre diversos proyectos y discursos marginales, periféricos.
Pasa mucho. Yo lo disfruto cuando lo veo y lo alcahueteo. La escuela de fotografía es una parte importantísima del proyecto, pero no es todo lo que ocurre aquí. En paralelo recibo una cantidad de propuestas, muchas personas se presentan, exponen sus trabajos. La ONG se transforma según las personas que lo habiten, incluso, puede ocurrir varias veces en un mismo día. Para mí esa es la parte más bella del proyecto: justamente esa comunidad, que pareciera invisible, pero yo la veo, porque todos los días estoy dedicada a ella.
La ONG tiene diecisiete años ya funcionando, de los cuales tengo doce dirigiéndola. Este espacio se ha ido transformando, ha ido tomando formas inimaginables. Es totalmente orgánico. Yo siempre hablo de la ONG, de Ella, como un ser “aparte”, vivo, del que me hago cargo, porque tiene unas necesidades, unas transformaciones, una serie de complejidades. Eso es lo que ha hecho que sigamos generando sentido y la capacidad de transformarnos, porque Ella –la ONG– no es estática. Se mueve.
Esta era la casa de mi bisabuela, María Herminia Sutil, la mamá de mi abuelo Víctor, el papá de mi papá. Fue una casa que durante casi treinta años funcionó como una pensión para hombres. Era bastante bizarro el ambiente. Donde está ahora la biblioteca, por ejemplo, antes funcionaba el microtaller de mi papá. Pero el resto de la casa era una pensión lúgubre. Tengo recuerdos e imágenes muy extrañas de esos días: es que esta casa estaba alquilada por una señora que la transformó en una pensión. Cuando logramos tomar otra vez el control de la casa, la primera intención era que se convirtiera en el taller de mi papá, y claro, yo estuve en todo ese proceso: recuerdo cuando al fin pudimos entrar y derribar nosotros mismos –con mandarrias– los muros internos que habían construido, donde había como unos cuartos entre cuartos, “miniespacios” improvisados con láminas de zinc y muchas literas. Una imagen que tengo de aquel entonces: solía cruzar esos pasillos –que se me hacían infinitamente largos– y veía los pies colgando de los hombres acostados en sus literas y fumando.
Y la sala principal de la casa, que ahora es nuestra sala principal, donde ahora damos clases, la recuerdo como si fuese mucho más grande, claro, yo era mucho más pequeña. Luego el espacio se fue transformando, por ejemplo, ahora tenemos la escalera negra de metal, el segundo salón, seguido del estudio, la azotea, el taller de serigrafía y la terraza. Todo fue cambiando a través de los años: los espacios fueron apareciendo según las necesidades, mi papá ya daba clases en otras escuelas, a mediados de los noventa, viajaba mucho por el país con la Fundación Bigott, daba talleres en ateneos, museos, escuelas de arte, por esos años llegó a dar un taller con Roberto Mata.
Todas estas experiencias previas se transformaron en el primer Experimental 1, el taller clásico de la ONG, que mi papá dio aquí. De ese grupo ahora recuerdo que estaban Carolina Muñoz, Beto Gutiérrez, Kate Ríos, Cristian Guardia, oenegianos muy queridos. Deborah Castillo, en ese entonces, ya estaba asistiendo a mi papá; de hecho, lo hacía antes de la ONG. Era un grupo grande: muchos han pasado por aquí y se han ido quedando por largo tiempo, además de Beto, Deborah y Carolina, están Juan Toro, María Antonia Rodríguez, José Joaquín Figueroa, Rosley Labrador, Raúl y Reynaldo Rodríguez. También están muchos oenegianos que han hecho vida aquí, sin necesariamente hacer los estudios que ofrecemos, como Érika Ordosgoitti, Max Provenzano, Ana Alenso, Ignacio Pérez Pérez, Vladimir Vera, Daniel Dannery, Fedora de Freites.
Y está la sede de la ONG en Buenos Aires. La dirigen Beto y María Antonia. El proyecto habrá empezado entre el 2013 y el 2014, cuando mi papá viajó para Buenos Aires y como había tantos oenegianos abrieron otra sede allá. También tenemos, desde el 2017, sedes en Madrid y en Santiago de Chile (desde el 2018). Por eso digo que la ONG fue apareciendo orgánicamente: los primeros cuatro años que mi papá estuvo a cargo funcionábamos como una escuela de fotografía, luego se fue transformando en un espacio cultural, pero nunca nos planteamos «abrirla». Cuando hicimos el primer Básico 1, recuerdo que armamos el laboratorio para dar ese taller. Así fuimos siempre respondiendo a las necesidades, adaptándonos, de repente eran los primeros asistentes –y los alumnos de mi papá– los que estaban allí. Él, mi papá, les decía (yo siempre he sido como un polizón, ja, ja, já): “¿no han visto a Peter Greenaway? Vamos a proyectar sus películas para nosotros mismos…”. Vimos en VHS –de Greenaway– A zed & two noughts y The Cook, the thief, his wife & her lover. Y de pronto llegaban otros amigos, la proyección se hacía un poco más grande.
Julio, 2020.